lunes, 14 de noviembre de 2005

Soledades


Un televisor encendido. Un libro. Un vaso de vino servido para alguien. Un cigarrillo quemándose. Un buen disco tal vez y un teléfono sonando que nadie atenderá. La ciudad también se habita por almas solitarias, son las once de la noche y acaban de llegar a sus hogares después de un día agitado. Entrar, ducharse, volver a salir, no es llegar. Llegar es darse cuenta que se está solo, es tarde y una cena fría y rápida lo está esperando. El día termina dando paso al que sigue.
La soledad tiene muchas maneras de manifestarse. Hay soledades continuas, que duran en el tiempo, hay otras momentáneas, que llevan lo que tarda quien se espera. Hay soledades amontondas que no se ven ni se encuentran y sin embargo están cerca. Hay soledades que se salvan en una conversación imprevista. Y hay otras infranqueables, imposibles, intocables.
Alguien recuesta su cabeza en el borde de su bañera con el agua a punto y cierra los ojos con una sonrisa de satisfacción. En otro lugar, alguien lee el diario que saldrá mañana y espera en una terminal de ómnibus. Uno más se sienta en la oscuridad al lado de un desconocido dispuesto a ver una película que ya vio. Alguno, se ahoga en alcohol en un bar de mala muerte. Y otros toman automóviles a ninguna parte, a la deriva, recorriendo las calles; espectadores de luces y risas ajenas.
Para el solitario conductor que tiene que terminar su turno, aventuras desopilantes pueden esconderse detrás de esos viajes interminables por una ciudad conocida como la palma de la mano. Donde aparentes itinerarios inofensivos, de viajeros serios con problemas importantes, esconden otras historias. A veces una mala noche puede transformarse en una gran anécdota. Mujeres despechadas que lo impelan a arremeter a toda velocidad detrás de un auto o en cambio lentamente pasearse, observando en malicioso espionaje.
Esto no es una invitación al suicido, tal vez la soledad sea triste o melancólica. Pero probablemente otras veces sea exquisita: esa calma encantadora y por fin el silencio al entrar en casa. Allí espera el descanso y el programa favorito, un libro atrapante, un buen malbec, un cigarrillo. Y ¿el teléfono? que suene.

Sortilegios


Hay días en que la magia resulta. Entonces de manera inesperada uno se encuentra con una cara amable que no es reflejo ni es espejo. Con unos ojos francos que nos devuelven la mirada oportunamente. Y uno se pregunta con recurrencia, si no será un invento de la propia imaginación. Pero esa presencia está ahí para confirmar que no, que existe.
Y cuando a veces los espejismos nos confunden, y descubrimos que la magia era algo provisorio, que duró lo que un chasquido y todo se desvanece, hay una fuerza interior innata, que nos impulsa incansable. Entonces uno arremete de nuevo, como si nada.

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Hay quienes lo encuentran a la vuelta de la esquina, incluso, hay quienes tienen esa suerte más de una vez. Otros se pasan la vida rastreándolo. Pero en una búsqueda incansable y desesperada por encontrar el sortilegio, todos indefectiblemente caen. Y aunque sabiendo su inexistencia de antemano, se dedican a probar hechizos y encantamientos. Pociones mágicas y abracadabra para la ocasión.
La verdad es que el amor se manifiesta de muchas formas, una sonrisa que ilumina y al mismo tiempo desarma, una mirada profunda, un beso interminable, un abrazo especial, dulces palabras. Una buena compañía. Un silencio oportuno. Un gesto atento.
Pero a veces todo eso no significa nada, y un vacío irrespirable enrarece el ambiente. Es ahí cuando en verdad, se devela el misterio, que los hechizos y encantamientos en estos casos no sirven.


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Es que la fortuna incomparable está guardada en una mirada clara, que nos espera y que es precisa. Y como alguna vez escribió Julio Cortázar, esa presencia ‘dura más que el tiempo’. Simplemente un día, el tesoro más deseado se pone frente a nosotros, y lo increíble es que además lo vemos.
Puede entonces que ya no importe si es o no un invento. Una presencia está ahí, para confirmar que existe. El triunfo está completo.
Porque es ganarle al tiempo con indiferencia. Porque no hay más despedidas.

martes, 1 de noviembre de 2005

Pasa

Se esquivan, se niegan, se estorban, se apartan, se ocupan de estar todo el tiempo ocupados. Cada uno en su propio planeta inventado. Silencio, silencio, silencio, silencio.
Se niegan la cena, el almuerzo y el sueño. No importa qué pasa. O no pasa o con quién.
Importa un comino saber si es amor o si es odio o si es nada. Es una pregunta cualquiera de mierda y la tormenta, como lágrimas, estalla.
La soledad no es estar solo. La soledad es.