Hace varios años que doy muchas
vueltas para volver a escribir. No me encuentro con fuerzas ni inspiración.
Esta sensación no sólo me carcome por dentro, sino que me produce más parálisis
delante de la hoja en blanco. Siento que no tengo nada que contar. Nada nuevo
de lo que ya conté. Otras veces, siento que lo que puedo contar, ya está
contado. Todos pasamos por las mismas experiencias, sufrimos cosas parecidas,
la humanidad siente de la misma manera. No me siento especial, no sangro
diferente. Y cada vez me hundo más en este pensamiento, sin sacar nada potable,
nada que me parezca, aunque sea digno.
Otras veces creo que me repito
demasiado, que siempre siento lo mismo o que siempre me inspiran las mismas
cosas y nadie quiere leer un disco rayado. Esto me produce dos cosas, por un
lado me siento una inmadura porque no puedo sentir lo mismo que a los veinte, y
por otro me resulta sumamente aterrador. Terror de vejez y terror de inmadurez.
No se entiende, ya lo sé.
Pero de un tiempo a esta parte,
me he reconocido en el espejo. Mirando detenidamente. No soy más que yo, pero
yo sola soy yo.
Entonces, ha llegado la hora de despojarse de corazas, armaduras, ropa usada, moldes, gestos y palabras. Para empezar a construir lo que viene a ser yo misma.
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