No importa la hora, no importa el lugar.
Una sola noche,
Te invito a una esquina cualquiera que surja.
No enciendas la luz de tanto presente,
no quiero saber el qué ni de quién.
No voy a mentirte,
ahí mismo, a la vuelta,
Y si una densa bruma
se posara en mis ojos.
Una bruma celeste,
que mojara mi cara.
Que ablandara mi gesto,
que calmara mi llanto,
que limpiara por dentro.
Que aclarara mi oscuro.
Que tirara paredes
con dulzura infinita.
Que me durmiera por años,
o por lustros, o siglos.
Una bruma celeste,
una bruma acolchada,
más fuerte que la noche.
Y si entonces despertase,
más sabia de repente,
más pausada, más paciente,
más sonriente,
y menos terca.
Transité hasta hallarte,
los mapas del mundo.
Ríos, bosques, mares.
Caminos, montañas y lagos.
Estudié el idioma, los husos horarios.
Costumbres, comidas,
danzas y días festivos.
Vigilé tus pasos, tu calle,
tu plaza, tu barrio y tu arena.
Perseguí tu sombra, respiré tu viento,
tu estado del tiempo.
Vivo así, como un fantasma,
atrapada en tu fotografía.
Este es el fin de mi alivio.
Este es mi luto mojado,
es mi condena infinita.
Es el final de los días.
Es la muerte repetida.
Es escarcha en los zapatos.
Es, de ahora y para siempre,
temblar de frío.
Es el infierno a mi lado
a cada paso que escribo,
por cada nota que digo.
Es la tormenta, los gritos.
Es por favor de rodillas,
y mi paz, en la otra orilla.
Voy a olvidarme que existo,
voy a encontrar el motivo,
de durar lo que un suspiro.
No les ha pasado nunca, escribir sin mirar el papel, solamente las teclas una por una? Sin saber muy bien qué dice, qué va a decir, cuando levantemos la cabeza?
Así a veces es, cómo llevo los días.
Nunca supe tu nombre,
te recuerdo de siempre.
Unas cejas furiosas,
protegían tus ojos.
Me atraía la intriga,
que encerraba esa cara.
Fugaz desconocida,
que cruzaba a mi paso.
Una cara apacible,
que miraba a lo lejos.
Serena, iluminada,
como si nadie, nada,
lo estuviese corriendo.
Y supe que eras vos,
desde el primer momento.
Tengo los tacos embarrados de seguirte.
No me importó lo que hacías,
qué buscas, o lo que fuiste.
Tengo los tacos,
embarrados de seguirte.
terminamos sin hablar.
Yo un día dejé de creerte,
y vos no me convenciste más.
No encuentro tu rastro hace meses.
No siento a lo lejos tu aroma.
Y ya no sé ni qué esperar.
Ya no recuerdo tu andar,
me cuesta horrores los pasos.
Y vos, tan adelante vas.
Tengo los tacos,
embarrados de seguirte.
Pero, me voy a revirar,
y antes de que te des vuelta,
no voy a seguirte más.
Aunque siento que ellas me manejan a mí, me pronuncian y me llevan sin consultarme, me siento transportada, conducida hacia dónde. En un remolino de palabras sin sentido que lastiman o desprecian y no pasan desapercibidas. Y al fin de cuentas, quién soy?
Soy sólo esto, un ovillo de palabras mal aprendidas? O soy un poco más que no se anima a espiarse por el miedo a verse para adentro? El espejo me desnuda.
Es mejor así, seguir en las sombras, que esconden las heridas. Imborrables. Pero está bien, porque sino, para qué servirían las heridas, si fueran cicatrizables.
Aunque últimamente... en cada una de ellas me brota un líquido verde. Al menos renace, al menos no está podrido, para tirar. Ni maduro, para comer. Antes fue rojo, carmín, como debe ser, después negro y ahora de nuevo verde. Será que estoy renaciendo? Es clorofila que sale de mis venas? Es fibra de piel?
Si mi suerte tuviera, aunque sea, dos tiros,
pasaría contigo una vida,
más allá de brújula y tiempo.