sábado, 7 de abril de 2007

Betty


Todos los días, salvo los lunes porque no iba, me encontraba con Betty. Ella era capaz de hablar de cualquier cosa durante un período de tiempo inestimable para el hombre común. Y para uno mismo cuando se disponía a prestarle atención.
Betty llevaba pintados tres pequeños corazones en la cara, que cada día se maquillaba: dos prolongando su ceja derecha y uno debajo de la boca, cerca de la comisura también derecha.
Tenía todas las edades, un cuerpo diminuto, uno ojos celestes envejecidos, pero no cansados; un pelo castaño larguísimo y una sonrisa que le abarcaba la cara completa.
No sé cómo empezó nuestra relación, una tarde, después de mi horario de trabajo, al pasar por su vereda me preguntó algo, no recuerdo bien de qué hablamos, podría haber sido de cualquier cosa, de las hojas de la calle, del viento que le molestaba tanto, del conflicto del agro o de las fabelas del Brasil. Siempre tenía tema para empezar una conversación y podía llegar con sus relatos a cualquier punta del planeta.
Ella decidió ocuparse de barrer la cuadra donde se encuentra la casa de sus padres, cerrada hace años, al igual que su disquería Oriente. Ahí guardaba incunables de todas las épocas que protegía celosamente de foráneos y curiosos. Nunca estaba abierta y no estaba en venta nada de lo que allí se encontraba.
Todos los días, al caer la tarde y después de terminar su tarea, se encerraba a leer. Se actualizaba con revistas que recolectaba, regaladas o encontradas “porque hay que hacer trabajar la cabeza, ¿sabés? Sino uno se atrofia, pierde lucidez”. Y entonces subrayaba, relacionaba y anotaba a los costados de cada párrafo alguna observación. Estudiaba.
Nadie sabía muy bien de qué vivía ni dónde, ni qué comía, si es que comía. Llevaba siempre puesta una camiseta blanca sobre la que vestía una camisa que era de su padre, también blanca y un chaleco indú. Unas calzas azules con medias de lana y zapatillas negras. Y en el cuello un pañuelo y un cartelito con su nombre. “Antes me encantaba la ropa y vestir siempre como la temporada lo indicaba. Pero me di cuenta que eso te apresa, uno no es libre, vive pendiente de lo que dicta la moda y de estar combinado, y yo soy libre de todo”, me dijo Betty, en una de las primeras charlas que tuvimos.
Siempre me dejaba cavilando toda la semana con sus historias, con sus conjeturas de conspiración.  Con su lucidez perdida de a ratos.
La recuerdo intacta con su sonrisa, su cara de niña, sus relatos, mezclando noticias del periódico con su propia historia, sus tristezas ocultas que se le escapaban. 

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